Disbiosis e inflamación, origen de trastornos psicológicos

Nuestro cuerpo puede soportar sin consecuencias un nivel de estrés determinado, estamos diseñados para adaptarnos a situaciones puntuales de tensión, pero cuando ésta se hace crónica provoca dolencias a nivel físico y psíquico. Y una fuente importante y cotidiana de estrés fisiológico es la inflamación crónica de nuestro intestino debido a la disbiosis intestinal (desequilibrio en la diversidad de la microbiota).

La microbiota intestinal digiere los alimentos que consumimos en la dieta secretando diferentes metabolitos que o bien son beneficiosos o pueden generar disbiosis. Si ésta es continuada, causa un aumento de la permeabilidad intestinal que incrementa el paso de sustancias tóxicas a través del intestino. Dichas sustancias estimulan la liberación de citoquinas proinflamatorias que pueden llegar al cerebro mediante el sistema vascular, debido a que pueden cruzar la barrera hematoencefálica, y alterar los mecanismos normales del sistema neuroendocrino. Pueden sobreactivar el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, lo que llevará a una elevada producción de cortisol, la hormona del estrés, aumentando los niveles de ansiedad. A la vez disminuyen los niveles de serotonina, favoreciendo la aparición de síntomas depresivos. En resumen, estaríamos hablando de que la inflamación intestinal crónica genera múltiples manifestaciones neuropsiquiátricas, además de asociarse frecuentemente a inflamaciones gastrointestinales y enfermedades autoinmunes, así como con las enfermedades cardiovasculares, las enfermedades neurodegenerativas, la diabetes tipo 2 y también el cáncer, en el que la inflamación crónica de bajo grado es un factor significativo.

Las citoquinas son capaces de generar cambios conductuales importantes, como el aumento de sueño, la fatiga o la disminución del apetito sexual. En los últimos 30 años se han encontrado pruebas de que también tienen una actividad muy importante durante el desarrollo embrionario del cerebro, tanto en humanos como en ratones.

Por todo lo anterior no es de extrañar que un número creciente de estudios clínicos hayan encontrado que el tratamiento de inflamaciones gastrointestinales con probióticosvitaminas B, D y ácidos grasos omega 3 puede mejorar los síntomas de depresión y la calidad de vidaa través de la atenuación de los estímulos pro-inflamatorios que llegan al cerebro, promoviendo mayor número de Bifidobacterium y mayor adherencia de los microorganismos a la mucosidad que recubre el intestino.

Estamos acostumbrados a considerar los procesos inflamatorios como resultado de una infección originada por un agente externo (un patógeno) o un error del propio sistema inmunitario (como en las alergias), ignorando el trascendental papel de la inflamación intestinal fruto de una inadecuada alimentación o de la influencia del estrés cotidiano, inflamación que provoca con el tiempo un desequilibrio crónico del propio Sistema Nervioso (generando trastornos psicológicos) o de las respuestas inmunitarias (apareciendo enfermedades autoinmunes como la Enfermedad Inflamatoria Intestinal (EII) o la Artritis Reumatoide)

La inflamación y la disbiosis nos recuerdan que el síntoma “final” (como una depresión o la EII) puede comenzar con la pérdida de equilibrio nutricional y psicológico, indicando que cualquier tratamiento debiera ser integrativo, con el intestino como fondo. Curarse no es simplemente eliminar los síntomas sino recuperar el equilibrio de todo el organismo.

Autismo y TDAH

En las dos últimas décadas distintos especialistas en Estados Unidos y Europa comenzaron a vincular determinados factores alimenticios con la manifestación de trastornos del espectro autista y el Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH). Descubrieron que en ambos casos están también presentes síntomas gastrointestinales como estreñimiento, distensión abdominal, diarrea, gastritis o flatulencia. Molestias que coinciden con las causadas por una excesiva ingesta de alimentos como trigo, lácteos o azúcar blanco y contaminantes químicos, que inflaman las paredes intestinales y favorecen infecciones bacterianas o el aumento de parásitos y hongos (candidiasis); lo cual cursa con sintomatología psicofísica como distintos trastornos afectivos y del crecimiento.

Estos investigadores encontraron que los niños autistas eran más propensos a tener una respuesta inmune inflamatoria a la leche, la soja y el trigo (entre otras sustancias). Según esta teoría, algunas personas con autismo no pueden digerir el gluten y la caseína, proteínas presentes en varias harinas refinadas y productos lácteos respectivamente, que forman péptidos o sustancias que actúan como opiáceos en sus cuerpos. Los péptidos pueden modificar el estado de ánimo y sistema perceptivo y con ello la conducta de la persona. Diversos investigadores en los EEUU y Europa aseguran haber encontrado un número significativo de estos péptidos en la orina de niños con autismo. Entre las voces dentro de esta corriente se encuentran los investigadores Paul Shattock, Karl Reichelt y A. M. Knivsberg o Robert Cade.

Mención especial merece la Dra. Natasha Cambpbell-Mc Bride que, después de trabajar con cientos de niños con problemas psiquiátricos y neurológicos, como trastornos del espectro autista, déficit de atención e hiperactividad (TDA/TDAH), esquizofrenia, dislexia, dispraxia, depresión, trastorno compulsivo obsesivo, trastorno bipolar y otras condiciones psiquiátricas y trastornos neuropsicológicos, y comprobar que en todos los casos hay en común una patología intestinal, llamó GAPS (síndrome del intestino y la psicología) a la relación entre la disbiosis intestinal y todos estos trastornos, creando un protocolo curativo basado en la regeneración del intestino y la microbiota.

En un estudio australiano del año 2020 se observó una variación de la bacteria Prevotella relacionada con trastornos como TDAH, autismo, el Trastorno Negativista Desafiante (TND) y los trastornos del aprendizaje. Este género bacteriano solo se detectó en un 4% de los niños con trastornos del comportamiento frente a un 44% de los niños sanos. Lo cual sugiere que la baja presencia de Prevotella en la microbiota a los 12 meses de edad podría considerarse un indicador de futuros trastornos del comportamiento durante la infancia. Esta disminución de los niveles de Prevotella estaba directamente relacionada con la ingesta de antibióticos entre los 6 y los 12 meses de edad.

Conclusiones

Hace tiempo que se reconoce que cualquier dolencia es psicosomática, pues ningún proceso psíquico es ajeno a lo orgánico o viceversa. Mente, emociones y cuerpo físico son una unidad interdependiente, y lo que ocurre en cada nivel influye en los demás. Estamos de acuerdo en que un entorno contaminado, o con pocos recursos en lo material, afectivo, intelectual, puede generar carencias y desequilibrios. De la misma forma, un medio intestinal con poca diversidad microbiana y con exceso de tóxicos y patógenos (disbiótico) genera un stress fisiológico que, como hemos visto, desencadena multitud de problemas psicológicos. A la par, una microbiota diversa y en equilibrio es un ecosistema autorregulado que proporciona al huésped elementos esenciales para el correcto funcionamiento nervioso, endocrino e inmunitario. Así que para cuidar y mejorar nuestra salud y capacidades psicológicas es preciso tener en cuenta el equilibrio del mundo microbiano que forma parte de nosotros, abandonando la visión “bacteriofóbica” que nos pone en contra de ese mundo invisible que es el sostén de la vida. Cuidarse es también cuidarlas a ellas, para que sigan trabajando para el bienestar común. ¿Será que la salud es más cuestión de cooperación que de lucha?

Jesús Mier

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