Yo soy yo y mis microbios

La vida en la Tierra es básicamente microbiana, así que estar sanos depende de una delicada y maravillosa interacción con nuestros propios microbios, un gran microcosmos de flora bacteriana que habita en nosotros, la mayor parte en el intestino, entre 1,5 y 2 kilos de microorganismos. A su vez, entre el tracto gastrointestinal y el cerebro existe una comunicación bidireccional (cada uno influye en el otro) esencial para el mantenimiento de los procesos vitales, regulada por el sistema nervioso central y periférico, así como por factores hormonales e inmunológicos. Existiendo, además, la evidencia creciente de que también la microbiota intestinal afecta a la comunicación intestino-cerebro.

La microbiota intestinal está formada por dos mil especies de microorganismos, que están en proporción de 100 a 1 con las células humanas del intestino. Así que “nuestro intestino” es más bien “el de las bacterias”. De ahí que lo más correcto sea hablar de un “ecosistema bacteriano” que vive en simbiosis con nosotros. Nuestro tejido intestinal aporta a las bacterias el sustrato celular que les permite desarrollarse y a cambio ellas contribuyen a extraer nutrientes vitales -desde vitaminas hasta aminoácidos- para nuestra supervivencia. Esta microbiota intestinal es un órgano no humano que supone el auténtico medio del que nos nutrimos. Lo que ingerimos sólo es asimilable tras ser transformado por ella. Y su relación simbiótica con el organismo humano es fruto de una larga evolución.

Sabemos que la dieta influye en nuestro estado psicoemocional (incluso hay un naciente campo de la psiquiatría, el de la “psiquiatría nutricional”, que estudia las relaciones entre dieta, nutrición y salud mental). Y que la intervención de la microbiota es esencial en los procesos nutritivos. Por tanto, el mundo psíquico, desde las emociones a lo cognitivo, debe estar también condicionado por la microbiota y a su vez influir en ésta. Existen evidencias del papel de la microbiota y sus metabolitos en los procesos nerviosos, los mecanismos de la dinámica celular que generan respuestas fisiológicas, algunas expresadas como estados de ánimo, pensamientos o estados de conciencia. Y de la capacidad de éstos a su vez de influir en la fisiología y en el equilibrio de nuestra microbiota.

Eje intestino-cerebro

La regulación de nuestros procesos emocionales, psíquicos y comportamentales reside básicamente en el eje intestino-cerebro, una vía de comunicación permanente entre la microbiota, el sistema nervioso entérico (SNE), el sistema nervioso autónomo (SNA), el sistema neuroendocrino, el sistema inmune y el sistema nervioso central (SNC) a través del nervio vago, el sistema circulatorio (mediante la liberación de hormonas, metabolitos y neurotransmisores) y el sistema inmune (por la acción de las citoquinas, que regulan la inflamación, provocándola o inhibiéndola).

La conexión intestino – cerebro es fácil de entender si observamos que es habitual padecer trastornos psicológicos como ansiedad o depresión y simultáneamente algún trastorno digestivo. La evidencia científica actual demuestra que la microbiota intestinal juega un importante papel en el desarrollo de trastornos mentales como ansiedad, depresión, trastorno obsesivo compulsivo, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos del espectro autista, TDAH, Alzheimer o Parkinson.

Microbiota y neurotransmisores

Al igual que el Sistema Nervioso Central (SNC) regula nuestras interacciones con el entorno, a nivel celular es el Sistema Nervioso Autónomo (SNA) quien se encarga de esta regulación. La parte de éste que reside en el intestino es el Sistema Nervioso Entérico (SNE), que es la división más grande y compleja del sistema nervioso periférico. Sus neuronas tapizan el intestino, siendo después del cerebro el sistema que tiene mayor número de éstas (entre 200/600 millones). Por ello se le ha llamado “Segundo Cerebro”. Aunque se incluye dentro del SNA tiene actividad independiente; por ejemplo, es capaz de generar el reflejo contráctil intestinal sin intervención del SNC.

Los neurólogos han constatado que las neuronas del SNE liberan diversos neurotransmisores: acetilcolina, dopamina, noradrenalina, óxido nítrico, péptido intestinal vasoactivo y serotonina. A su vez, determinadas bacterias de la microbiota también producen neurotransmisores esenciales como el ácido gamma-aminobutírico (GABA), serotonina (5HT), noradrenalina, dopamina y acetilcolina.

Por ejemplo, el GABA es producido por varias cepas de Lactobacillus y Bifidobacterium. L. reuteri es capaz de producir histamina, y la acetilcolina es producida tanto por bacterias como por hongos. El 95 por ciento de la serotonina y el 50% de la dopamina, dos de los neurotransmisores más importantes del cuerpo, son secretadas en el intestino. Bifidobacterium Longun alivia el estrés y disminuye la depresión. Además, también se ha detectado la enzima triptófano descarboxilasa, lo que sugiere que la microbiota intestinal podría producir triptaminas (son triptaminas el triptófano -precursor de serotonina- la melatonina o el DMT). Incluso, la actividad de la b-glucuronidasa microbiana intestinal puede aumentar las concentraciones de catecolaminas como noradrenalina y dopamina.

Puedes ampliar información sobre las propiedades de los principales neurotransmisores que citamos en un artículo anterior:  Personalidad y Neurotipos. y en DAGGAS

La serotonina es producida por las células enterocromafines que tapizan el epitelio gastrointestinal. Estas células se activan ante estímulos de presión, como los que causan el paso del bolo alimenticio por los intestinos, y la serotonina que secretan excita los nervios que rigen el reflejo peristáltico. Y es importante señalar que su acción no es local, sino que pueden acoplarse a los receptores de cualquier célula del organismo. Ayuda a regular el estado de ánimo, el comportamiento social, el apetito, la digestión, el sueño y la vigilia o el deseo sexual. También se ve regulada por la microbiota, siendo sintetizada a partir de los géneros Cándida, Streptococcus, Escherichia y Enterococcus. El Bifidobacterium Infantis aumenta los niveles de triptófano y, por tanto, la producción de serotonina.

En el caso del GABA esta liberación se produce gracias a las propiedades de bacterias del tipo Lactobacillus y Bifidobacterium, que contienen la enzima glutamato descarboxilasa y que degradan el glutamato presente en ciertos alimentos facilitando su transformación en GABA. Siendo el principal neurotransmisor inhibitorio, tiene un papel importante en la disminución de la ansiedad e inducir al sueño, regular el dolor, la regulación motora, la visión o la cognición. Hay estudios que demuestran que la administración de probióticos mejora el control de la ansiedad al aumentar la disponibilidad de GABA. Por ejemplo, el Lactobacillus Rhamnosus incrementa la expresión de GABA y recude los niveles de cortisol inducido por estrés o ansiedad.

Hay autores que consideran que tanto GABA como serotonina no atraviesan directamente la Barrera Hematoencefálica (BHE) para penetrar en el cerebro, aunque influirían indirectamente merced a los cambios en el SNE. También hay autores que demostraron la existencia de un transportador de GABA en la BHE que sí permitiría su entrada en el cerebro.

La dopamina también se ve favorecida por la acción de la microbiota. Tiene un papel fundamental en el control de las funciones mentales y motoras, la regulación de la atención, el estado de ánimo, la memoria, el aprendizaje y el movimiento. En ensayos de laboratorio con ratones a los que se suprime la microbiota se ha detectado menor cantidad de dopamina, lo que ha abierto interesantes líneas de investigación, por ejemplo, en la búsqueda del origen de la enfermedad de Parkinson.

También se sabe que el intestino (o quizá las bacterias de la flora intestinal) produce benzodiacepinas, sustancias sintetizadas en laboratorio y que se utilizan como tranquilizantes (Diazepam, Lorazepam, Alprazolam, Valium, Librium, Tranxilium…)

Es importante también el papel de los ácidos grasos de cadena corta (AGCC). Son moléculas producidas por las bacterias cuando fermentan los componentes de los alimentos (esencialmente la fibra, un hidrato de carbono no digerible) en el interior del colon. Sirven de fuente de energía a las células del colon, consolidan la mucosa protectora de las paredes del intestino, intervienen en la motilidad intestinal, tienen propiedades inmunosupresoras, antiinflamatorias y anticancerígenas, alivian la inflamación de las células epiteliales del colon y contribuyen en la producción de neurotransmisores. Los principales son el acetato, el butirato y propionato.

CONTINUARÁ…

En el siguiente artículo, Intestino y salud emocional, profundizo en cómo diversos factores a nivel intestinal influyen directamente en la salud mental y emocional.

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